martes, 19 de abril de 2011

Historia de la Faja Pirítica Ibérica (II) (por Iván Carrasco).

LA PRIMERA CIVILIZACIÓN MINERA: TARTESSOS.

En el Bronce Final (1.200-900 a. C.) se vivió un gran florecimiento de las actividades mineras y metalúrgicas, con la implantación de un fuerte comercio que fue controlado paulatinamente por los mercaderes Fenicios (Blanco et al., 1981). Este auge tecnológico y cultural, se concretó en el Suroeste Ibérico con la aparición de una civilización nativa que basó su economía principalmente en la producción de metales, alcanzando grandes cotas de poder. Este pueblo era conocido entre los griegos con el mítico nombre de Tartessos.

El éxito de esta civilización se debió sin duda al dominio de la metalurgia de los minerales argentiferos. La plata seguía obteniéndose a partir de un mineral "autocopelante", el gossan de los sulfuros complejos. Los elevados contenidos en plomo y plata permitían su tratamiento sin más aditivos que los fundentes. El proceso básico consistía en la fusión de una mezcla empírica de diferentes materiales. Las proporciones se determinaban en base a características externas como el peso o el color. el producto de dicha fusión era un plomo argentífero que se desplataba en crisoles por copelación. Es factible que se efectuaran varias copelaciones sucesibas para depurar el litargirio (oxido de plomo) que pudiera tener plata.

Jarrón Tartesico. Foto de Wikipedia.

Las escorias de sílice libre son características de este proceso. El exceso de sílice se debe a que favorecía la recuperación del plomo (Salkield, 1987). Por el contrario, el metalúrgico de la Edad del Bronce desconocía que, añadiendo más plomo a la mezcla inicial, se recuperaba aún más cantidad de plata. Esa innovación debió esperar la época romana, que sera cuando las técnicas de copelación adquirirán su máximo esplendor (Pérez Macías, 1996). La mayor producción se daba en el Filón Norte de Riotinto, donde se trabaja principalmente las cuevas del Lago y del tabaco (Williams, 1950). La transformación de las menas se llevaba a cabo en los poblados de Corta Lago y Cerro Salomón (Salkield, 1987).

En otros puntos continuó la extracción de cobre. Aunque era el metal más utilizado por aquel entonces, fue perdiendo pujanza en la región, desplazado por el ímpetu arrollador de la minería de la plata que reportaba mayores beneficios y que demandaría abundante mano de obra, parte de ella procedente de las minas filonianas de cobre. A pesar de lo dicho, los tartessos no renuncian a la producción de bronces, importando el estaño indispensable para su fabricación del Norte de la Península Ibérica o de las Islas Británicas. El oro es otro metal que dio fama y riqueza a este pueblo (recuérdese el tesoro del Carambolo, por ejemplo) y por el es citada Tharsis en numerosos textos antiguos. Todavía no se ha encontrado ninguna prueba que permita asegurar que los tartessos, ni aún los romanos, beneficiaron el metal amarillo en las minas de la FPI. El tema es complejo y queda abierto a futuras investigaciones.

En este periodo, las actividades se circunscribieron inicialmente a Riotinto, aunque posteriormente se ampliarán a otras minas como Tharsis, Monte Romero (donde en 1986 se encontró una copela preromana) y Aznalcóllar. Esta expansión de los trabajos se debió sin duda a la gran demanda de plata en el mundo antiguo y pudo ser animada con la llegada de los barcos de comerciantes fenicios procedentes de Tiro, que se establecieron definitibamente en la región hacia el 1.100 a. C. con la fundación de la factoría de Gadir (Cádiz).

Parece ser que los tartessos mantuvieron siempre en su poder las minas, con lo que la intervención fenicia quedaría reducida al papel de comprador, posición que queda reforzada por la ausencia de asentamientos estables de dicho pueblo en las zonas de clara presencia indígena. Los minerales y metales producidos en las áreas de influencia de Riotinto y Tharsis se transportaban buscando su salida natural hacia el puerto de la capital de tartessos (¿Huelva?), en donde también se fundieron parte de ellos (Pérez Macías, 1996). La producción de Aznalcóllar era fundida en el poblado de San Bartolomé de Almonte (Huelva) y comercializada directamente en Gadir, por lo que se piensa que este circuito comercial, incluidas las minas, estaban bajo la dirección de los fenicios en un régimen colonial (Martínez y Miranda, 1998).

Hacia la primera mitad del s. VI a.C., se observan signos de decadencia en Riotinto, que coinciden temporalmente con un auge en las producciones de Tharsis que se prolongó hasta principios del siglo V a.C. La presencia de los mercaderes griegos puede considerarse testimonial, debido a la puesta en marcha a las minas de plata del Lurión, explotadas por Atenas (Pérez Macías, 1996) y sobre todo, al empuje de la civilización cartaginesa que se convirtió en la primera potencia del Mediterráneo Occidental (Pinedo Vara, 1963). Los cartagineses se establecieron inicialmente en el Sureste peninsular y desarrollaron una gran industria minerometalúrgica cuyo objetivo era la plata de la Sierra de Cartagena. A partir de ese momento, los días de Tartessos están contados: según Estrabón, los colonizadores impusieron un bloqueo económico que perjudicó seriamente los intereses comerciales de los nativos. Más tarde, se harían con la propiedad de las minas. Las aportaciones de los bárquidas a la minería del suroeste pudieron ser más que importantes de lo que se ha creído tradicionalmente. Es posible que fueran ellos los que comenzaron la explotación de las argentojarositas por pozos y galerías, mineral que ya conocían en sus minas de la Sierra de Cartagena.

Las minas de la península, conocidas en todo el orbe, atrajeron a una potencia militar y económica emergente; Roma. Al igual que a sus predecesores los cartagineses, la posesión de las riquezas que encerraban las tierras de la vieja Tartessos, excitó la codicia de los estadistas romanos.Pero antes de producirse la derrota definitiva de los bárquidas, transcurrieron largos años de luchas que dificultaron la minería en toda la región, llegando posiblemente a un estado de semiabandono por falta de hombres para el trabajo y de materiales, así como por las dificultades que planteaba el comercio en tiempos de guerra. Las actividades minero-metalúrgicas no se recuperarán hasta el siglo III a.C.