miércoles, 25 de noviembre de 2015

Jaramar: un lugar en el ferrocarril minero


Por Miguel Mojarro, sociólogo. 
Director del Grupo de Investigación Azoteas 
y autor del libro Los Casinos de Huelva 

Jaramar. La Fantasía. Foto: Fotoespacios
Yo tenía un amigo, Feliciano, que sabía del color de estas aguas y del aroma de las jaras camino de Jaramar. Desde El Madroño, su lugar de descanso. Hasta Jaramar, su lugar de vida ferroviaria y minera.

El Madroño es una localidad sevillana, pequeña, entrañable y con olor a eras y a humo de cisco. Con un bar (Al que llamábamos "Casino de Bautista"), que abría sus puertas y su acera generosa a quienes madrugaban, para ir a la corta, en un tren que cogían en Jaramar, la estación más pequeña de la ruta minera. Y la más entrañable para quienes nacieron allí, entre las jaras y los pinos, separados por un río y unidos por un puente.

Feliciano, en su casa de “Los Casares”, un pequeño apéndice de El Madroño, me comentaba un día sus recuerdos de Jaramar, su lugar de vida durante años. Unos años en los que ocupaba la jefatura modesta de una estación muy modesta.

No sé si había en sus comentarios más recuerdos que añoranza, pero ambas cosas son compatibles. Por muy dura que fuera su actividad laboral, perdido en aquellos cerros verdes. Los sitios se recuerdan por su vinculación a las sensaciones de la época. Y los años de Jaramar, fueron para Feliciano años de salud, de actividad y de libertad junto a su río de colores.
La orilla sevillana. Foto: Fotoespacios

Por eso Feliciano me contaba sus vivencias de la ventana de la estación, del andén de ladrillo, de la caseta almacén de enfrente, ... Como si me enseñara su casa. Como cuando presumimos de algo hecho por nosotros.

Feliciano, mi amigo de Los Casares, era el heredero de Juan en aquel trabajo solitario y silencioso de Jefe de Estación en Jaramar. Jefe modesto en estación muy modesta. Pero dueño de sus raíles, de sus "agujas", de sus recibimientos y sus despedidas, de los silencios de la vía y los rumores susurrantes del agua.

Y, enfrente, un puente. Por el que no pasan carreteras ni raíles. Solamente trabajadores que, desde El Madroño, cruzaban cada día para subir al tren que los llevaría a la corta.

Puente de caminantes solamente. De vida por la mañana y cansancio por la tarde. Puente modesto, junto a una estación muy modesta. Puente acariciado durante años por aguas de colores. Puente vecino, de piedras teñidas por el tiempo de un color que reproduce el sol del Sur. Amarillo sin influencias del verde que lo acompaña.

Verde, en las orillas. Amarillo, en el cauce. Y un puente, apoyado en hierros que lo unen a las rocas de oro, sirve para unir las dos orillas verdes, de jaras y de pinos.

La orilla onubense. Foto: Fotoespacios
¿Que cuál es más bonita? Pues está claro. Lo mejor es sentarse en una de ellas y gozar de la contemplación de la otra. Luego, cruzar por el puente de las Majadillas, sentarse en la orilla de enfrente y disfrutar de la anterior.

Un puente abandonado a su soledad durante mucho tiempo. Y eso no es bueno, porque los puentes como éste, se ponen tristes y sufren con la soledad. Y mueren si los que lo usaron se olvidan de él, con esa ingratitud de quienes dejan libre el egoísmo.

Un puente que hoy es patrimonio del recuerdo de mi amigo Feliciano y pronto puede ser solamente recuerdo, porque haya dejado de ser patrimonio.

Un puente, el de Las Majadillas, que ha conocido los pasos de Feliciano y de Juan, cuando caminaban por esa senda, modesta también, que une Jaramar con El Madroño.

Feliciano, Juan, El Madroño entero, claman por la salvación de este lugar, que fue importante mientras era necesario. El tiempo acaba con las cosas, pero también pone en su lugar a las personas.

Las Majadillas puede ser una víctima más de la desidia de los ingratos.
También puedes leerlo en la web del Grupo Azoteas, pinchando AQUÍ.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pues sí, es un lugar muy bonito y fácil de llegar. Sin embargo veo el cartel explicativo que se encuentra al lado del puente algo incompleto, pues sólo alude al cruce del río por ese puente para ir a un taberna colindante (en ruinas). Sin embargo en este artículo se dice que era el puente que cruzaba gente de el Madroño para ir al trabajo en las minas, gracias al Apeadero. Por lo que veo el puente se va a hundir en la próxima crecida del Tinto y es temerario cruzarlo.