lunes, 30 de mayo de 2011

Historia de la Faja Pirítica Ibérica (III) (por Iván Carrasco).

LAS EXPLOTACIONES ROMANAS

Con la llegada de la paz, el Suroeste ibérico vivirá una era de esplendor. La dominación romana comporta un gran desarrollo de la minería y la metalurgia. este impulso tecnológico hizo posible la explotación de los yacimientos a una escala no conocida hasta entonces. La industria establecida por los romanos en las provincias de Sevilla, Huelva y el Alentejo Portugués estaba destinada a convertirse en una de las mayores empresas realizadas por la humanidad, cuyos logros sobrevivirían hasta nuestros días.

Los romanos demostraron ser buenos prospectores mineros. Casi todas las minas explotadas en la FPI durante los dos últimos siglos mostraban indicios de haber sido trabajadas en tiempos romanos, lo que indica amplios conocimientos de los caracteres superficiales de los yacimientos (Pinedo Vara, 1963). Durante los siglos XVIII; XIX y XX se reconocieron y rehabilitaron kilómetros de galerías y millares de pozos. Es posible que en ocasiones se hayan atribuido a Roma erróneamente labores más antiguas, pero seguro que estos casos son minoritarios. El estudio científico de la minería más antigua en Huelva se ha abordado en fecha muy reciente, cuando la mayoría de las excavaciones habían desaparecido tras la apertura de las grandes cortas. Mucho de lo que se sabe se debe a las descripciones y los textos que dejaron ingenieros de minas como: Tarín, Rúa Figueroa, Palmer, Deligny o Nash; geólogos como: Williams o metalúrgicos como Salkield.

El sistema de explotación se ajustaba al mineral que constituía objeto de beneficio y a los medios técnicos disponibles. La minería es subterránea. La plata es el principal metal beneficiado, continuando en un principio los trabajos tartésicos (como la Cueva del Lago y la Cueva del Tabaco en Riotinto), y produciéndola después (hacia el siglo II a.C.) a partir de las tierras jarosíticas situadas en el contacto entre el gossan y los secundarios. Todas las labores de esta época están concentradas en este punto. La minería se extendió a toda la FPI, pues estas jarositas aparecen con mayor o menor desarrollo en todas las masas de sulfuros que han sufrido los procesos de gosanización.

Ánforas y capiteles romanos encontrados en Riotinto y depositados en el museo al aire libre de Bellavista, actualmente desaparecido tras la habilitación del antiguo hospital de la Compañía como Museo Minero (h. 1960). Foto cedida por F. salgado.

La minería del cobre es más tardía. Las escorias más antiguas que se conocen son las del Barranco Tres cruces (Riotinto) y datan del siglo I d.C. (Blanco y Rothemberg, 1981). La minería a cielo abierto no se empleó porque las leyes medias de los yacimientos de la FPI son inferiores a las que buscaban, probablemente por encima del 5% en cobre (Tarín, 1888). Las menas explotadas fueron los minerales de las zona de enriquecimiento supergénico (calcosina y tenorita) y, quizás, también las calcopiritas de mayor ley.

Una vez descubierto un paraje de interés, se comenzaba la perforación de un gran número de pozos (muchas veces por parejas), hasta que en alguno encontraban minerales explotables. En ese caso comenzaban las labores de arranque, trazándose intrincadas galerías de investigación siguiendo las vetas ricas hasta que los minerales se perdían o su ley disminuía a valores no económicos (Anciola y Cossío, 1856). Si en el trayecto de una galería se topaban con bolsadas o zonas de bonanza, las excavaciones se ampliaban abriéndose grandes anchurones como los que aparecieron en Tharsis, Sotiel o Riotinto. Algunos de estos anchurones se encontraron parcialmente rellenos con estériles a modo de realces (Tarín, 1888). Los limites de estos huecos serían determinados por el empobrecimiento del mineral o por su elevada dureza.

Una "Cuppa" procedente de los enterramientos de la época Romana, hallada en la necropolos de "La Dehesa" en el término de Minas de Riotinto. Foto Paco Alcázar.

La fortificación era de diversos tipos. Las galerías y pozos excavados en terrenos poco consistentes o las que seguían el contacto del mineral con el encajante, si éste estaba alterado, se entibaban con cuadros y encostillados de maderas autóctonas como la encina y el alcornoque. A veces se empleaban los estériles para rellenar las labores abandonadas total o parcialmente, en forma de muros y llaves (Tarín, 1888).

Como alumbrado se empleaban candiles de barro en los que se quemaba aceite, denominados “lucernas”, Se situaban en pequeños nichos (lucernarios) excavados cada pocos metros en los hastiales de de las galerías o de los pozos. Aún hoy, es posible ver en los lucernarios las marcas dejadas en la roca por la llama de las lamparillas. Para ahorrar aceite, en los lugares de paso, las cuadrillas de mineros caminaban en fila con el capataz a la cabeza, quién encendía las luminarias, mientras que el último de ellos era el que se encargaba de apagarlas. En los tajos, la iluminación era permanente pero escasa. Tal como lo dejo escrito Plinio: “la luz de sus candiles les servía para medir el tiempo de su trabajo”. El mineral se extraía por el método de gavia, pasándose las espuertas o capachos de unos a otros en hilera “de modo que solo los últimos veían la luz del día” (Plinio). También se emplearon tornos movidos a brazo y poleas, como los encontrados en Aljustrel (Domergue, 1987).

Un capitel de las columnas talladas por los romanos, hallado en Cerro Colorado. Foto Paco Alcázar.

A medida que las explotaciones fueron ganando profundidad surgió la necesidad de avacuar las aguas freáticas. Los romanos demostraron poseer un gran ingenio a la hora de abordar los problemas técnicos que plantea el desagüe minero, empleando varios sistemas que pueden clasificarse en dos grupos fundamentales : naturales y forzados. En principio, bastó con recurrir al drenaje de las labores mediante socavones excavados en el punto más bajo de las mismas y con pendiente favorable a la salida del agua. Este sistema fue empleado en todas las minas. Algunos alcanzaban longitudes kilométricas y siempre iban acompañados de una hilera de pozos o “lumbreras” situadas a corta distancia entre si y que seguían la dirección de la galería. Su función sería servir de orientación durante la excavación o bien disponer de un mayor número de puntos de ataque para disminuir el tiempo de ejecución de la obra. Téngase en cuenta que, debido a la pequeña sección, nunca pudo haber más de un hombre trabajando por cada frente de arranque: “ los escalones hallados en las galerías de desagüe entre las lumbreras y los anchurones que con ello corresponden señalan claramente los puntos donde tuvieron lugar los rompimientos “ (Tarín,1888). En ocasiones, los socavones estaban superpuestos para aprovechar en el inferior las lumbreras del superior.

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