lunes, 5 de marzo de 2012

Réquiem por la Mina VI. (Por Antonio Perejil- Delay)


VI

La Mina (A.P.D)
Siempre le escuché decir a mi padre que algunos hombres extremadamente pobres vivieron hace muchos años en lóbregas cuevas, excavadas al pie de los montes cobrizos que olían a flor de azufre. Las casas de La Mina tampoco podían alumbrarse en esa época con los globos de cristal que había inventado Thomas Edison…Pero en las húmedas profundidades de los Filones del Sur, las débiles y ennegrecidas llamas de los focos de carburo ya se alternaban con las bombillas eléctricas que ardían milagrosamente en los techos goteantes de los túneles.

Unos años más tarde, en aquel pueblo tiznado por los humos de las locomotoras y medio asfixiado con los gases que desprendían las teleras, también se produjo el milagro de la luz eléctrica por cuenta de La Compañía, que había construido una “Central” propia para abastecer todos sus departamentos de trabajo…desde los cerros de San Dionisio hasta las instalaciones del Túnel 16, Lavadoras y Zarandas. De este modo, La Mina se convirtió (quizás) en el primer pueblo minero de la geografía peninsular, alumbrado con lámparas edisonianas. Pero los hogares de los mineros seguían alumbrándose con la ennegrecida luz de acetileno que escupían los focos de carburo, y con las lámparas de aceite que olvidaron los romanos en el fondo de las galerías. Por encima de los hombres estaban los grandes beneficios que producía el cobre, y los innumerables millones de libras esterlinas que la RTC almacenaba celosamente en los bancos de Inglaterra.

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