jueves, 29 de septiembre de 2011

El Cristo de los mineros (Por Martín Gálvez)


Había un cura en Nerva por el año 72, y no me refiero a Rojas sino a su compañero Juan, otro “revolucionario”, un tipo interesante y sólo preocupado por los demás. Ambos vivían en el Asilo. Conecté con los dos, pero era éste último, Juan, quien se quedaba en Nerva, mientras Rojas iba a otros pueblos, pedanías y aldeas de la zona. Yo que no soy muy amigo de los curas, gente que sólo piden y piden ya desde el Arcipreste de Hita que cantaba algo así como: “hace mucho el dinero mucho se le ha de amar, al torpe hace discreto hombre de respetar…”; sólo se preocupan del buen yantar, que esa panza está siempre llena ,y que su relación intima con el poder establecido sea la adecuada,… Pero de él sí lo fuí: Juan y yo solíamos hablar a menudo, más bien filosofábamos sobre la vida, la política, la religión,…De todo un poco.

Un buen día, de intensos perfumes de las ros
as del Jardín Viejo mezclándose con los olores intensos a María y Pachuli, mientras veíamos una lámina de El Ángelus le dije: “Juan, ¿te has fijado que los mineros no tienen ni un Cristo?”-siempre le hablaba de tú. Se me quedó mirando sorprendido, y proseguí- Los pescadores tienen a su Virgen del Carmen y también el Cristo de Dalí; a los agricultores los han pintado en forma de meditación durante muchos años, en la recogida, en la siembra, como en el famoso cuadro del Ángelus… Los mineros sólo tienen a Santa Bárbara y no tienen Cristo”.

"¿A dónde quieres llegar Gálvez?",me pregunto.
"Quisiera pintar el Cristo de los Mineros," respondí.
Me miró ”raro”, pero al poco lo aceptó de buen grado, y me dio nociones de lo que tendría que hacer, aunque yo ya tenía en mente como se debía realizar, esperé un poco… y en cuanto dijo si adelante... yo lancé:

“¿Cuánto me vas a pagar?”- sonreí, mientras, él se puso muy serio: “Te pagaré…-y recuerdo que sonaba entonces la canción de Jehtro Tull ‘Thick as a Brick’- todo el material que necesites y luego algo más para que tengas para hacer unos cuantos; depende de la colecta que consiga para el cuadro”, terminé mi cigarrillo aplastándolo contra un cenicero de aluminio que anunciaba algo de una tienda y salí “resoluto”, derecho a mi casa, decidido a que este proyecto siguiese adelante.

Así que empecé a hacer bocetos, carboncillos, grafito y sanguinas,… A las dos semanas a Juan lo expulsaban de Nerva, porque daba clases en el Instituto y “Doña Víbora”, así llamaban a la directora, se quejó al Obispado de su forma de dar la religión:él llegó un día y dijo: “Ahora yo digo: Dios no existe. Quiero que me demostréis lo contrario”. Eso era como mínimo comunismo, pecado mortal y más viniendo de un sacerdote que tenía que reinar pleitesía a los estamentos vivos y opresores, como Dios manda y no juntarse con esa inmundicia de mineros y gentes de mal vivir que se quejan en cuanto se les aprietan los tornillos.

Yo ya tenía hecho los bocetos
de la Iglesia de San Bartolomé dentro, de los arcos, de cómo iba a ir con el foco en el suelo, las sombras que se proyectaban, el movimiento del agua del Rio Tinto mirando al cielo. En un arco estaba la Anunciación de Monis Mora y el Cristo de los Mineros iría en el arco continuo, rompiendo toda la armonía con mis rojos de Venecia y de Méjico, como fuego, dejándolo casi en la penumbra.

Él, Juan, se fue o más bien se tuvo que ir,. Se despidió casi sin palabras,todo fueron gestos, y yo me sentí vacío,… Archivé todo el trabaj
o en unos cartones grises con gomas de crepé,y lo olvidé como otras tantas cosas.

Un día, años después, se dieron una serie de casualidades. Arreglando mi desastre de estudio, salieron los bocetos, unos empolvados, otros carcomidos, con cercos de ltiempo expuestos a la humedad,… Los arreglé lo mejor que pude y los guardé en una carpeta azul nueva que ponía "Archivos, Num, Nombre, Año". Sólo escribí con rotulador rojo: "Mi Cristo". La semana siguiente volví a Nerva. El humo de Pirita estaba limpiando de insectos la parra de mi abuela. Allí me contó mi madre que en muchas familias nervenses la tradición era que cuando las parejas iban a casarse lo primero que había que comprar era un crucifijo y, después ,un centro de mesa para poner frutas: uno era alimento para el espíritu, y lo otro, como alimento para el cuerpo, aunque siempre el crucifijo iría encima de la cama.

Ese mismo día, paseando por
el pueblo algo me llamó la atención: en un contenedor de basuras había un crucifijo desmantelado, entre manchados cartones de canutos, plátanos y manzanas podridas. Sentí como una de esas “correspondencias” de las que hablaba Boudelaire: la Mina se iba a pique, todo se degradaba, se vendían muchas casas a bajo precio y los recientes inquilinos tiraban todo lo que estaba dentro para empezar con cosas nuevas, no necesariamente mejores,…

El Crucifijo era el más normalito de todos, (mis padres sin ir más lejos tenían uno de bronce, grande, y precioso presidiendo la estancia y dando a la habitación un ligero aire tétrico y lúgubre). Éste era más humilde. Me gustó, era de los míos, "humilde," una simple palabra que me perseguirá toda la vida,... Retomé la idea de mis charlas con Juan y volví a hacer bocetos, Podía recordar esos días sin un duro, donde fumaba lo que me daban los amigos, Rex, Tres Carabelas, Bisonte, los mentolados, Celtas sin filtro, Ducados,...cualquiera de ellos era una delicia. Sin embargo, ésta vez quería darle otra perspectiva debido sobre todo a ese aspecto desmembrado del recién descubierto objeto, al cual no quise ni limpiarlo, ni sacarles los brillos,... No había que tocarlo, me gustaba como estaba.

Nada más llegar a Úbeda, cogí un cuadro que tenia del Cerro Colorao desde aquel inusitado lugar de enamorados en mis tiempos de adolescentes: el Dique, que estaba rebosante. Se reflejaba todo lo que estaba en el suelo y en el cielo; el Río Tinto era un espejo que acomodaba, distorsionaba, absorbía formas y colores,… Puse las piezas encima del cuadro y éste a su vez en mi vieja mesa de delineante. Cogí uno de los focos y seguí la idea original: iluminación drástica desde abajo, a la derecha, las luces entrarían en el cuadro y las sombras también estarían proyectadas en el mismo, para hacer un obra tenía que sacrificar otra… pero creí que merecía la pena.

Poco a poco fui girando el foco. Lo tenía. Volví a pintar el cuadro del Cerro Colorao: eran pinceladas abruptas y cortas en el Cerro, lisas, suaves y largas en el Cristo. De la madera salían betas que no estaba en el original, pero luego lo miraba y ya estaban ahí. Por casualidad, un poco de esencia de trementina se derramó y manchó la parte baja del lienzo: era el color exacto que necesitaba de la orilla del Tinto,... Las sombras tenía previsto hacerlas con técnica impresionista en principio, pero de pronto comencé hacer unas mezclas de colores tierras y así es como quedó, a veces el pincel era el que llevaba mi mano.

Mandé tres cartas a la Parroquia de San Bartolomé de Nerva, por si le interesaba a alguien, nunca obtuve respuesta, la verdad es que tampoco la esperaba.

Lo puse encima de mi cama y allí sigue,a pesar de las penosas mudanzas que la vida me ha forzado a hacer. No tiene nada de tétrico, rebosa un halo entrañable de hogar nervense, que me recuerda todas las noches cuales son mis raíces. Sus medidas 100x81 cm., son similares a mucho de mis cuadros, pero pesa una barbaridad. Cuando lo cojo es como si fuese de hierro, no de lienzo. Incluso a menudo, tengo que revisar la alcayata y el cáncamo que lo sujeta, y volver a poner unas nuevas porque esas se han doblado.

Cuando enciendo la luz de la pequeña mesita de noche, me impresiona ver como en la parte de los ojos del crucificado no hay ojos, sólo sombras: los clavos están suspendidos en el aire y las maderas se apoyan en un cuadro que está justo debajo, con un Cerro Colorao descansando cerca del lecho del Rio Tinto,… Y nada cae, sólo es pintura.

¿Algún día llegará a estar en el sitio para él que fue hecho o su sitio es el que tiene ahora?...

2 comentarios:

MARILÓ dijo...

Su sitio es el que tiene ahora, protegiendo a los míos y mi casa sea la que sea y siempre ira con nosotros.
Lo que no os ha contado Gálvez es que estuvo expuesto en Jaén en la Exposición Diocesana de Artistas jienenses con motivo del año Jubilar del año 2.000 y por cierto al Obispo le encantó y busco al artista para que le contara de donde había sacado la idea y al escucharla se quedo maravillado y pensativo. Creo que le impresiono porque yo estaba allí y lo vi en su cara.

José Antonio Cortés dijo...

Preciosa y emotiva historia. me acuerdo vagamente de Juan y me cayó bien porque no era un cura al uso, en los que no he creído, ni creeré nunca, pero el era distinto. Es curioso como muchas de las personas de nuestra generación tenemos una cierta animadversión a lo que significa la iglesia. Lo cierto es que somos de una pasta diferente, ni mejores ni peores, pero diferentes.