Naciste para morir
entre el cárdeno y el ocre;
por tu sangre… buceaban
las minas y los manguaras
madrugadores. Rompías
la cáscara del planeta,
descendías al infierno
por la prístina escalera
de caracola encallada,
como una torre invertida
de Babel. Corta atalaya...
Y aun con vida te enterrabas
en arcanas galerías…
Y en diciembre, día cuarto,
rezabas a Santa Bárbara,
incendio crucificado.
Y en las tardes carmesíes,
el rey Salomón lloraba,
pues el tesoro minero
se ocultaba arriba de África.
Y en la estación olvidada
de soledad eviterna,
un herrumbroso vagón
te llevó a la luz entera…
Y tú, hombre de tus días,
viejo hombre de tu tierra,
tornaste tu piel en polvo
que reposará en tus minas.
Vida, muerte, hombre. Hombre…,
viviste para seguir
entre el cárdeno y el ocre.
Juan Antonio Arias Toribio
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