domingo, 13 de septiembre de 2009

Entre Marte y el centro de la tierra (Por José Manuel Torres Ayala)

Inspiración de poetas,

tierra de artistas,

lugar de contrastes

y de colores inusuales. Minas a cielo abierto

que abrazan

el corazón de la tierra

y un río que parece

souvenir de una misión a otro planeta.

J.M. Torres Ayala


La Cu
enca Minera de Riotinto se asienta sobre una tierra distinta, que no existe en ninguna otra parte del mundo.

Es un lugar de mezclas, de salvaje explotación de los recursos que ofrece el medio ambiente y de respeto a la naturaleza. Es un lugar de colores variopintos, el rojo se funde con el naranja y éste a su vez con el blanco y todos ellos con el gris y de repente llega el verde, el color de la esperanza nos indica que nos encontramos a escasos pasos de la sierra de Huelva.

El enigmático Río Tinto, la grandeza de Corta Atalaya, el embrujo de Peña de Hierro, los malacates, esos elevadores que sumían a los obreros en los abismos de la tierra y que los depositaban, insignificantes, en los cavernas que surcaban las entrañas de la cuenca; las chimeneas, los restos de las teleras, los embalses o las viejas máquinas, las vías del tren y sobre todo el corazón de cada uno de los mineros que supo llegar a labrarse su conciencia de clase y levantarse ante el colonizador todopoderoso,… todo eso es la Cuenca Minera de Riotinto.


Corta Atalaya
Si alguna vez el hombre, en su afán por conquistar La Tierra estuvo cerca fue en Corta Atalaya. Los humanos jugaron a ser dioses y quisieron llegar al corazón del mundo en el que vivían. Armados de valor y fe cavaron sin cesar derramando su sangre y su sudor, esparciendo parte de sus vidas sobre la tierra que socavaban.
La obra se fue haciendo escalonada, apoyada sobre baldas de tierra cobriza que refulgían al contacto con el Sol. El brillo y la belleza fueron llamando la atención del Todopoderoso, que desde su privilegiado balcón en las alturas, marcaba el son, cual capataz de la exhumación de la hermosura.

La brecha fue tomando profundidad y curiosas formas. Como un laberíntico y encaramado sendero, la tierra mostraba el camino que el hombre debía seguir para llegar al abismo. Cavaron y cavaron, metros, cientos de metros hasta llegar al final. La obra era ensimismadora, su capataz se felicitó por el trabajo bien hecho. Las generaciones de trabajadores quedaron fascinadas con el resultado y todas las personas, dichosas, que alguna vez han podido visitarla han quedado estupefactas. Nadie pensaba que la tierra que a diario pisaban pudiera esconder tal cantidad de hermosura.

Las joyas y minerales preciosos que esta tierra albergaba fueron a parar a las dulces manos y refinados dedos de alguna pulcra dama, pero la riqueza más importante que de ella emergió, que no tiene valor material, pero sí visual, ha quedado y quedará para los habitantes de la cuenca minera, que a diario pueden disfrutar de tal espectáculo natural.

El dinero, el oro y las joyas caerán en el olvido, pero Corta Atalaya, aquello a lo que Juan Cobos-Wilkins llamó El Corazón de la Tierra quedará para siempre grabado a fuego en el pecho de cada una de las personas que alguna vez dejaron reposar sus ojos ante la majestuosidad de sus formas.

Malacates
Llegar a tocar con tus dedos lo que se esconde bajo el suelo, sentir el crepitar incesante de la tierra que el común de los mortales sólo puede intuir bajo la mediación del material artificial en el que se asientan sus zapatos, permanecer en simbiosis con el medio que te rodea. Se dice que los mineros están hechos de una pasta diferente, que son superhombres que aguantan condiciones en las que el resto sucumbirían, que su profesión supone un gran riesgo, que a diario despiertan sin saber si podrán volver a su lecho o encontrarán la muerte entre gosan y pirita.

Para bajar cada día a las catacumbas donde habitan las riquezas minerales, paradójicamente, necesitan ayuda. De algunos de los metales que extraen en su menester diario se fabrican los malacates. Moles de hierro y aleaciones que presiden, solemnes, los cerros de toda la Cuenca Minera de Riotinto. Pueblan el paisaje con su singular figura. Se alzan, toscos, desde el inframundo hasta rozar el cielo, anunciando a nativos y foráneos la ubicación de una entrada a la mina.
Pórticos al subsuelo, que a tempranas horas son odiados por los mineros, pero que tras la agotadora jornada se convierten en el único resquicio de salvación para la ansiada vuelta a la civilización.

Ahora que la mina ha muerto y que su función de mítico elevador, de protoascensor, ha quedado en los anales de los lugareños, su utilidad reside en su fuerza de atracción turística. Supone un placer para los sentidos del curioso viajante darse de bruces con tal pieza de ingeniería impropia de lugares sin tradición minera. Anonadados, los foráneos, repiten la palabra malacate, como si nunca la hubiesen escuchado, como si por sus oídos nunca hubiese pedido permiso para entrar la musiquilla que desprende el rítmico vocablo al deslizarse por la frágil piel que conforman los labios.

Hoy, los malacates son uno de los símbolos a los que se aferran los habitantes de la cuenca para que la historia de los mineros no sucumba en el olvido. Tantos sudores no han de quedar en inertes libras en manos de los colonizadores, la historia de los insumisos mineros de la Cuenca de Riotinto debe trascender del saber popular, de alguna que otra leyenda, de libros o películas de ficción, y asentarse en la historia obrera de Andalucía y España. Así, el pueblo comprendería cómo aquellos obreros, madres, niños y niñas lucharon por sus derechos y por los de generaciones venideras, reivindicándolos de forma legítima y pacífica y cómo les respondieron con olas de disparos y estocadas de bayonetas, con rabia, con innecesaria violencia y con la impunidad que caracteriza al dirigente que tiene mucho, pero quiere más.

Río Tinto
Cuando cualquier padre cede la educación de su vástago a una guardería o colegio, ya sea público, concertado o privado, confía en que aprenda lo máximo posible, que se forme una idea verosímil de lo que es el mundo y que cultive determinadas pautas de conducta que le sirvan para desenvolverse en la sociedad. Todos hemos asimilado que la tierra es marrón, que la yerba es verde, la sangre roja y los ríos azules. Esta enumeración de asociaciones de elementos de la vida cotidiana con colores es socialmente aceptada por todos, siendo difícil ponerla en duda, aunque sí pueda responder a matizaciones.

La Cuenca Minera de Riotinto es un lugar que escapa a lo habitual. Allí, los ríos no son del color de la confianza, sino que toman un tono granate que no acusan en ningún otro lugar del mundo.
El Tinto, el río que nace en el municipio minero de Nerva, es el más enigmático del mundo. No es comparable a ningún otro, sus aguas turbias, rojizas y aparentemente inertes son enigmáticas, mágicas, místicas... Por su lecho corre la sangre de todos los que lucharon por la libertad de la zona, en su caudal se asienta la insumisión y el descontento, el sindicalismo y la causa obrera.

Dicen que un diestro pintor dejo caer la paleta sobre la que residían sus acuarelas a las aguas de este río, dotándolo para siempre de una belleza y una gama de colores sin par. Escapando de la sabiduría popular, el Tinto, toma su color de los minerales que encuentra a su paso. Cual ladrón, toma los pigmentos de cada uno, haciéndolos propios, para alcanzar un tono que parece más adecuado para un cuento de hadas, una película de ciencia ficción o un souvenir traído de otro planeta.

Desde hace algunos años, expertos de la NASA se encuentran en Nerva para analizar las aguas del río que baña la cuenca minera. Para los científicos, este río de la provincia de Huelva es lo más parecido que podemos encontrar en nuestro planeta a Marte. Aseveran, que los minerales de los que se componen sus aguas y que su ecosistema son idénticos a los que las misiones espaciales han descubierto en El Planeta Rojo.

Incluso, estos miembros de la NASA, en sus múltiples indagaciones en el Tinto, han llegado a descubrir atisbos de vida. Microorganismos que son capaces de adaptarse a las extremas condiciones y a la gran acidez del PH de sus aguas, para desarrollar sus vidas bajo ella. Para estos especialistas en cuestiones espaciales, el resultado extraído del Río Tinto hace pensar que en Marte también pudo existir vida.

El Río Tinto, en la Cuenca Minera de Riotinto, se convierte en la puerta interespacial que conecta dos planetas tan diferentes como La Tierra y Marte. Este argumento más propio de una película de ciencia ficción de poco presupuesto, toma realismo y hace que el Tinto pase de ser un río de color genuino a un auténtico diamante para las esperanzas de encontrar vida extraterrestre.

Quién iba a decir que las aguas de este río que han visto pasar las historias de tantos pueblos y civilizaciones clásicas, ahora, tras miles de años de existencia iban a convertirse en destino de la más vanguardista tecnología.

Peña de Hierro
No cuenta con el beneplácito de la fama que los metros de profundidad le otorgan a Corta Atalaya, pero no pierde con respecto a ésta ni un ápice de hermosura o embrujo.

Labrada a rítmicos golpes de pico y pala, los bancos de Peña de Hierro parecen cincelados por un ebanista. Cada uno diferente, más grandes o pequeños y de colores distintos a cual con mayor belleza.

En esta corta, formada por tierras plagadas de restos de minerales preciosos, hay árboles que resisten impasibles las duras condiciones en las que les ha tocado vivir. Por fuerza del destino, estos seres vivos deben resistir durante toda su vida a una alimentación a base de un sustrato extremadamente pobre.

Sobre la base de Peña de Hierro se asienta un lago de aguas oscuras, más propias de la morada de Lucifer que de algún lugar en la Tierra. Sobre el líquido elemento, el reflejo de una tierra que quiere volver a ser lo que fue.

Hoy, Peña de Hierro es un gran reclamo turístico, cada día cientos de visitantes recorren sus senderos en procesión mientras que son deslumbrados por la belleza de este paraje. Ésta, es la corta más grande de la Cuenca Minera que puede ser visitada por el público, ya que Corta Atalaya, desde hace unos años es propiedad privada.

Del cielo al suelo

La Cuenca Minera de Riotinto es un paraje inigualable en el mundo. Posee cortas que llegan a rozar el centro de la tierra, malacates que quieren alcanzar el cielo y un río que traspasa los límites de la atmósfera para llegar a Marte.

Todo este singular elenco está adornado por una gama de colores que se sitúan entre el más puro blanco lunar y el más turbio negro. Entre ellos abundan los piríticos colores granates, los amarillos y los diferentes tonos de naranja. A esta selección que para él habría firmado cualquier gran pintor hay que añadir los verdes de la espesura arbórea que rodea la cuenca, propia de los paisajes serranos y el azul de un cielo típicamente andaluz.

José Manuel Torres Ayala, periodista
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José Manuel Torres Ayala (Nerva, 1988) es actualmente estudiante de 4º curso de Periodismo en la Facultad de Comunicación de Sevilla.
Su pasión por la historia en general y sobre todo la de su tierra, la Cuenca Minera de Riotinto, y su afición por la radio le ha llevado a colaborar de manera muy activa desde 2006 en los medios locales, sobre todo en Onda Minera Radio con diferentes programas, así como la participación en diversas ediciones del Concurso Comarcal de Radio Escuela consiguiendo varios premios. . Así en el verano de 2007 y también julio de 2008, realizó tareas de producción, edición y realización del programa Matinal de Onda Minera Radio Nerva, así como la producción integra de los Servicios Informativos de Onda Minera Radio Televisión Nerva. También en 2008 participó en la realización del programa radiofónico Backstage desde la Universidad de Sevilla para su posterior emisión en Radiópolis. Actualmente colabora con el departamento de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.

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