Cuando el Río estaba solo
nadie lo quería escuchar,
porque arrastraba ataúdes
y violines que al sonar
atormentaban el pecho
hasta hacerlo reventar.
Cuando el Río estaba solo
siempre rompía a llorar,
como lloran los chiquillos
cuando sus madres no están:
Lloraba porque la sangre
que llevaba en su caudal
era la sangre caída
en la mina, un día fatal…
Cuando se rompía la carne
debajo del mineral
y un grito final de hombre
era la campana astral,
que avisaba de la muerte
a tanta profundidad.
Antonio Perejil Delay: Romancero del río Tinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario