Sin embargo, la gente era feliz con aquellos miserables sueldos que pagaban los ingleses, y todos sabían de antemano que contra La Compañía no se podía hacer otra cosa que trabajar y obedecer en todo. Había que aprenderse de memoria los mandamientos sociales del catecismo anti-español que redactó la RTCL en las imprentas inglesas, para conseguir de los mineros españoles los máximos esfuerzos y sacrificios en el menor tiempo posible. El capital extranjero era quien imponía sus leyes y los obreros españoles eran los que tenían que entregar su sangre en las profundidades de la tierra, si no querían morir de hambre.
Tan extraordinario fue el poderío de aquella Compañía británica, que los postes donde se apoyaban los cables herrumbrosos de la luz eléctrica, eran los propios raíles de las vías que se iban desgastando con el paso de los trenes…a diferencia de los postes de madera carcomidos que se empleaban en otras poblaciones más empobrecidas, como Nerva.
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