Entre los muchos investigadores que visitan las dependencias del Archivo Municipal de Zalamea la Real para consultar su fondo histórico, en cierta ocasión recuerdo con agrado la cita con el nervense Antonio Perejil Delay.
Perejil llegaba para navegar entre los viejos papeles de este archivo, una mañana del recién estrenado 2017, cuando además del nuevo año, inaugurábamos el frío que trae el invierno.
“Hay un señor que quiere visitar el Archivo”, me dijeron por teléfono desde administración. “Pues que suba, que le atiendo ahora mismo”.
Después de varios resoplidos lanzados al aire, como suelen hacer casi todos los que me visitan, haciendo notar con ello la pesada subida al último piso del Ayuntamiento donde se encuentra nuestro archivo, Antonio me saludó con afabilidad.
“Me suena la cara de este hombre”, me dije, porque olvido todos los nombres del mundo, pero nunca un rostro conocido. Y tras entablar una pequeña conversación, comenzamos el trajín de abrir legajos.
Aprovechando algunos días de descanso durante su Navidad en Nerva, aquel 3 de enero de 2017 había decidido acercarse a Zalamea para buscar documentación sobre su localidad natal. Aquella antigua “Aldea de Riotinto” encontraba un nuevo investigador sobre el paso ésta a la “Villa de la Libertad” desde 1868, y de ahí hasta la Nerva de 1885. Y Perejil estaba muy interesado en hallar información sobre ciertos vecinos que a finales del XIX pululaban por el recién independizado pueblo.
Sea como fuere, la mañana se le echó encima, a él delante de algunos pliegos, y a mí asistiéndolo en las necesidades documentales que le acuciaban.
Con la misma afabilidad con la que había llegado, se despidió del archivo hasta nueva orden, sine diem, como hacen los investigadores a los que no les acecha la presentación de una tesis doctoral. Aquel visitante era de aquellos que ocupan su tiempo libre, sin prisas, en plantear un trabajo que colme su curiosidad histórica.
“Disculpe, antes de irse debe rellenarme la ficha de consulta”. De buen grado sacó su bolígrafo y rellenó el formulario que le entregué. Junto a él, una cuartilla de papel donde me indicaba los datos que deseaba localizar y que no había encontrado en su lectura de aquellos folios decimonónicos. Con una sonrisa que le hacía introducirse de lleno en ese saco que suena a “este tío es buena gente”, me explicó cuáles eran sus inquietudes para la próxima visita. Y tras su despedida, comenzó a bajar la escalera, con más soltura que cuando la subió, como hacemos todos los que peleamos contra los escalones.
“Antonio Perejil Delay”, indicaba la ficha de control. “Coño, el poeta de Nerva, ya decía yo que me sonaba su cara”, me dije con rabia por no haberlo identificado antes.
Aquel 3 de enero, aquella cuartilla de papel con los datos que necesitaba buscar en su próxima visita, escondía en su reverso uno de sus poemas de su puño y letra:
Cuando el día treinta y uno
diciembre estire la pata
y en el reloj de la torre
den las doce campanadas
centenares de petardos
y de ruidosas tracas
estallarán bajo el cielo
negro de la madrugada…
mientras las gentes de Nerva
disfrutarán hasta el alba
pidiéndole al año nuevo
felicidad y esperanza.
APD (La Antilla, 27-12-16)
Aquella hoja de control de acceso a nuestro archivo quedó engalanada con los versos del que ya rinde honores a su tierra desde el negro sobre blanco, porque los poetas nacen, pero nunca mueren.