Desde mediados del siglo
diecinueve ya había empresas
que calcinaban piritas
en varias minas de Huelva,
sin tener en cuenta el daño
que sufría la arboleda
ni la muerte irreversible
que padecía la tierra.
A nadie extrañaba que
la pobre naturaleza
fuese muriendo y muriendo
herida por humaredas,
que como agua enfermiza
llovía en los pueblos y aldeas.
También esas lluvias ácidas
herían de forma lenta
los pulmones de las gentes
hasta que morían enfermas.
Antonio Perejil Delay
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