miércoles, 10 de octubre de 2012

La antigua estación de Cahors (Por Valery Larbaud. Traducción: Pedro Ferreira)

Plumilla Estación de Nerva y Pozo Rotilio,  de Martín Gálvez.


¡Viajera! ¡Oh, cosmopolita! Ahora
desafectada, aparcada, retirada de los negocios.
Un poco retirada de la vía,
vieja y rosa en medio de los milagros de la mañana,
con tu marquesina inútil
extiendes al suelo de las colinas tu andén vacío
(ese andén al que antes barría
el vestido de aire arremolinado de los grandes expresos)
tu andén silencioso al borde de un prado,
con las puertas ya cerradas de tus salas de espera,
cuyos postigos agrieta el calor del verano…
Oh, estación que has visto tantos adioses,
tantas partidas y tantos regresos,
estación, oh doble puerta abierta sobre la inmensidad encantadora
de la Tierra, donde en algún sitio debe encontrarse la alegría de Dios,
como algo inesperado, deslumbrante.
En adelante descansas y saboreas las estaciones
que regresan llevando la brisa o el sol, y tus piedras
conocen el relámpago frío de los lagartos; y el cosquilleo
de los ligeros dedos del viento en la hierba donde están los raíles
rojos y rugosos de herrumbre,
es tu único visitante.
El temblor de los trenes ya no te acaricia:
pasan lejos de ti sin pararse sobre tu césped,
y te dejan en tu paz bucólica, oh, estación por fin tranquila
en el corazón fresco de Francia.

Valery Larbaud, Les poésies de A. O. Barnabooth, Gallimard, París, 1966.
Traducción: Pedro Ferreira 

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