La mina (A.P.D) |
XVI
Sin embargo, cuando aquellos tres últimos habitantes de La Mina enfermaron de tristeza, fue cuando cerraron el único bar que había junto a la carretera. Ya se sabe que en los lugares donde habita poca gente, los negocios no suelen ser muy prósperos, pero el tabernero sabía que el pueblo padecía una enfermedad grave e incurable y se fue con sus hijos a Barcelona, antes de morirse entre aquellas paredes desconchadas y aquellos degollados montes.
Casimiro, Rafael e Hipólito tuvieron que esperar cinco o seis meses a que el pueblo acabara de morirse y La Compañía les diera una vivienda en el Alto de la Mesa o en El Valle. Durante ese tiempo echaron de menos a Virgilio, que era el dueño del negocio y además jugaba cada mañana al dominó con sus otros tres paisanos. Así, pues, una vez superada la abstinencia del aguardiente matinal, tuvieron que enfrentarse a la no menos dolorosa abstinencia de dejar de jugar al dominó, ya que faltaba una persona para completar las partidas.
No sé qué sería de ellos en las sombrías poblaciones de la fabril Barcelona; pero cuando después de un par de años volví a aquel lugar que fue la cuna de la minería del Sur, sus casas estaban deshabitadas y vacías, y tan solo el viento parecía manotear con las ramas más altas de los viejos eucaliptos que sembraron los ingleses.
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