Por la senda minera. Foto: Antonio Romero. |
Está allí
quieta e inmóvil como un cadáver
con medio siglo expuesto
a la mirada pavorosa,
a la ejemplar venganza
del Tiempo.
Ya no corren los niños por el andén vacío
ni se asombran sus ojos
al escupir sus nubes de humo blanco
la sierpe que se acerca con metálico ritmo,
tan herrugento hoy como sus almas.
Aquel día solo pervive
en los golpes del sol sobre los muros
de ladrillos rojizos
y en el reloj que marcaba las horas,
felices como muertos,
relámpagos sinápticos
que navegan aún en la memoria.
Latía entonces sangre por las sienes.
Corría entonces sangre por las vías.
Antes cayó
el manto negro de silencio
apagando los ecos de la sombra
que los pinos vertían en las voces
que subían peldaños o bajaban,
murmullo errante sin compás o escuadra,
fantasmas de talegos y canastas
esperando el olvido que no llega.
Sólo quedó
la hora marcada de quebrada ausencia
en los cristales del atardecer,
la tinta del paisaje reflejada
en las aguas del río que se duelen
como el duelo que surca el alma que recuerda.
Pedro Ferreira
(Albox, 11 de octubre de 2012)
Con el peso de la pena honda cada verso, con la maestría y el arte para expresarla y desde la poesía excelsa de tu pluma, el poema entero. Gracias por escribir, mi admirado y querido amigo.
ResponderEliminarBesos fuertes como abrazos, htc, dmc