'La Mina', (A.P.D) |
XIV
Desde el borde de la carretera que divide a La Mina en dos mitades, hacia los profundos abismos de los Filones del Sur, todo es olvido, vejez, silencio, abandono y soledad inenarrable.
Las calles empedradas con guijarros cobrizos todavía se duelen de los viejos pies de las gentes que habitaron este pueblo; y las casas abandonadas de la calle Trafalgar, parecían monstruosos esqueletos de paredes arruinadas y deformes, que se resistían a desmayarse y a caerse al suelo.
Más allá de este inhóspito pueblo gris y rojo, blanqueado con tiznadas cales, se oían los rugidos de las máquinas excavadoras destripando las entrañas cobrizas del Cerro Colorado. Pero los mineros de ahora no saben que debajo de esta ensangrentada tierra, hay túneles y galerías abandonadas donde nadie nunca más podrá poner sus pies. En esas lóbregas profundidades se escuchan todavía los ecos de aquellos hombres madrugadores y obedientes, condenados a llenar vagonetas de cobre de por vida, hasta que enfermaban de silicosis y luego morían sin asistencia médica.
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