jueves, 1 de octubre de 2009

La granja danesa de El Zumajo (por Juan Carlos León Brázquez

Con motivo de las pasadas Fiestas Patronales de San Bartolomé en Nerva se publicó en la edición de 2009 de la revista Nervae un artículo de nuestro amigo, el periodista Juan Carlos León Brázquez: "La granja danesa del Zumajo", el preludio del libro y documental que el periodista está preparando sobre El Zumajo bajo el título Yo tenía una granja en Riotinto. Del mismo modo que para mi blog Yo Periodista, rescato este interesante artículo para los lectores de La Factoría, agradeciendo a su autor que tan gustosamente nos lo ha facilitado.

La granja danesa de El Zumajo. (Por Juan Carlos León Brázquez)


1926. Karen Hase en La Berrocosa con mis abuelos y tios.
Foto: J.C. León Brázquez.


Cuando mi padre me enseñó la fotografía más antigua que conservaba, le pregunté por aquella mujer de cuidado aspecto que junto a mis abuelos y tíos estaba en 1926 en la finca La Berrocosa, en el término de El Madroño. “Es la mujer de Don Kae, el dané - respondió-, el jefe de mi padre, un ingeniero agrónomo que trabajaba en el departamento de Tierras y Ganados de “la Compañía”. Fue él quien hizo la fotografía a mis padres y hermanos”. A partir de entonces quise saber quiénes eran aquellos “Hase” que habían formado parte de la vida de mi familia.

Inmediatamente descubrí que aquella mujer tenía muchas similitudes con la protagonista de Memorias de África. Eran danesas, tenían el mismo nombre –Karen-, habían viajado en los mismos años a lejanos países, se habían instalado en sus granjas y ambas, en tiempo diferente, volvieron arruinadas a Dinamarca donde morirían. Quizás nuestra Karen nunca entró en el Salón –Solo Hombres- del Club inglés de Bella Vista, aunque he podido constatar que también fue muy apreciada y querida por quienes la conocieron.

Foto de boda de los Hase. Colección El Casino Esperanza.

Su historia entre nosotros comenzó en 1916, cuando a su marido danés, Kai Hase, le ofrecieron con 26 años venir a Río Tinto para reforestar una extensa zona de 9.000 hectáreas alrededor de la mina. Lo hizo con un batallón de niños piñoneros a quienes organizó para que con una espiocha (zapapico) cavasen hoyos en las áridas tierras de nuestros montes y con una bolsita de tela llena de piñones los fueran depositando ordenadamente en aquellos agujeros. La explotación minera necesitaba madera para la entibación de la mina, pero además aquel proyecto se había convertido en una apuesta personal del director general (General Manager) de la Rio-Tinto Company Limited, Walter James Browning Spencer, quien llegó a la cuenca inmediatamente después de que dejasen de funcionar las temidas teleras que tantos conflictos habían causado en la zona durante décadas. Todos sabemos hoy cómo aquellas calcinaciones de mineral al aire libre expulsaban a la atmósfera humos sulfurosos que no solo afectaban a la salud de las personas y animales, sino que destruían todo tipo de vegetación.

La novela y película “El corazón de la tierra” muestran los efectos de aquel método que llevó a la gran huelga de 1888 que quedó grabada en nuestro imaginario popular como el año de los tiros, con sangrientas consecuencias que condicionaría el futuro sociolaboral de la cuenca minera. Browning deseaba hacer olvidar cuanto antes los efectos de las teleras, de ahí su proyecto para reforestar la zona, cosa que encomendó a aquel joven agrónomo de Copenhague, quien con entusiasmo se embarcó en el proyecto que inició la silvicultura en Huelva.
El éxito llevó unos años después a W. Browning a valorar las especiales condiciones climáticas de la zona para proponer la introducción de otros tipo de plantas y árboles, por lo que el director general de la RTCL habló con el principal accionista de la empresa, el banquero londinense Lionel N. de Rothschild, quien se consideraba “banquero por afición y jardinero de profesión”. La idea fue rápidamente aceptada, Rothschild había comprado en 1919 una hermosa finca en Exbury, cerca de Southampton, que recibía numerosas plantas que le llegaban de las exploraciones que financiaba en las más recónditas tierras del Imperio. Visitó El Zumajo en Ríotinto y prometió a Kai Hase que le enviaría ““melocotones, nectarinas, caquis y semillas de nogal”, que encargó en Japón y EE.UU.. Los frutos fueron inmediatos y en agradecimiento Browning le remitió a Inglaterra bellotas dulces “de las que crecen en este país”, semillas de cistáceas (plantas conocidas como rosas de roca) muy abundantes en el norte de Huelva e incluso pomelos, cuyo origen se databan en La Florida. Los resultados de aquellas primeras plantaciones entusiasmaron tanto a Lionel N. Rothschild que volvió a enviar a El Zumajo más de 30 nuevas especies de plantas, como eucaliptus, yucas y una flor muy abundante en la campiña inglesa, como son las clematis. Aquel envío no tendría continuidad, ya que el entonces presidente de la empresa, Sir Auckland Geddes quiso acabar con los expeditivos métodos para reventar huelgas y someter a los obreros de W. Browning, a quien pidió y obtuvo su dimisión, e incluso aprovechando un viaje del director general con su mujer, Eleanor y su hija Patricia, le prohibió volver a Ríotinto. Tras pleitear por unas deudas, aquel temido “cow boy” que se paseaba con su caballo y su rifle Winchester para imponer su ley, terminaría por instalarse en San Juan de Aznalfarache e invertir en arrozales, cosa que no le fue nada bien.

1923. Cuadro de Nina Hase. Entrada a las cuadras desde el patio de la cocina. Foto: León Brázquez

El matrimonio Hase estaba instalado en El Zumajo, donde tenían su casa rodeada de plantas y una granja agropecuaria que, como gráficamente me decía Aquilino Domínguez, “había de tó”. Las plantas y árboles exóticos dejaron de llegar, pero a cambio se comenzaron a comercializar los numerosos productos que se producían en aquella granja. Todos los días llegaban a Bella Vista y a la Plaza de Abastos de El Valle los productos de la huerta (hortalizas y frutas), leche, huevos…El suministro nunca faltó en aquella selectiva colonia, ni aún en los periodos de penuria.

Kai Hase enfermó de cáncer en plena guerra civil y viajó a Dinamarca para intentar recuperarse, pero murió el 31 de diciembre de 1940 en los brazos de su mujer. Karen, que no había tenido hijos, decidió volver de forma inmediata a su casa de El Zumajo y seguir adelante con aquella explotación agropecuaria, que alquiló a “la Compañía” con una nueva empresa “Viuda de Kai Hase”, lo que satisfizo tanto a la colonia británica como a las familias de trabajadores que habían mantenido la finca durante su ausencia en Dinamarca.

Quienes la conocieron la recuerdan montada en su caballo Zolo, un colorao con una enorme mancha blanca en la cara, y con sus perros grandes daneses, uno de ellos llamado Hamlet. Le gustaban los niños, especialmente tenía un cariño especial por Pedro Cruz, nacido allí en El Zumajo. “La despertaba todos los días a las nueve de la mañana y pedía permiso para comer en la casa. Ella siempre comía sola porque quería mantener esa distancia que le daba su posición social”. Organizaba fiestas infantiles en Navidad, que se habían convertido en toda una tradición, una para los niños de la granja y otra para los de Bella Vista, pero todos tenían un regalo con su nombre. “En navidades montaba el Belén y el árbol, pino flande”, matiza Pedro Cruz, “lo montaba Gregorito, un decorador de Ríotinto, lo adornaba con velas, le ponía unas pinzas y lo decoraba muy bien. Nos citaba a todas las familias que vivíamos allí y con un papel de seda, de colores, nos metía caramelos, higos, pasas, garrapiñadas, almendras, cerraba la bolsa con un lacito y con el nombre de cada uno las colocaba a los pies del árbol. Todos los niños teníamos nuestra bolsita, nos daba ese día chocolate con dulces y pastas que se hacían en la casa, y formábamos un corro alrededor del árbol, todos cogidos de la mano. Era maravilloso”. “Aquel party era una delicia -comenta Isabel Naylor que vivía en Bella Vista y que también acudía de niña al pic-nic que organizaba Mrs. Hase - nos tenía regalos a todos y organizaba un campeonato de Badmington en la pista que tenía la casa y como premio nos llevaban a las vaquerizas algo distantes del bungalow a ordeñar las vacas y nos daban unos riquísimos vasos de leche. ¡Pobres vacas¡ no sabíamos ordeñarlas a pesar de los intentos del encargado que cada año se esforzaba por enseñarnos. Nosotros éramos muy felices, mientras las vacas tenían que aguantar nuestros disparates”.

Nerva. La ausencia de vegetación conformaba el paisaje a principios del siglo XX.Foto cedida por el Restaurante Época.



Cuando en 1952 se abrió el Club Naútico en el nuevo pantano de El Zumajo se incrementaron las visitas por la cercanía de “El Cortijo”. Allí se podía nadar, pescar o regatear a vela, e incluso se jugaba al tiro al plato. Un maravilloso lugar lleno de palmeras, pinos, nísperos, caquis que su marido había plantado en sus inicios en Río Tinto. Todos sus amigos querían visitarla porque la señora Hase era una magnífica anfitriona y agradecía amablemente las visitas dado lo apartado del lugar, incluso haciéndoles plantar a cada uno su propio árbol. La casa siempre se encontraba lista para recibir a sus continuos huéspedes. “Fui muchas veces a su casa, me encantaba ir a merendar”, comenta Juanita Villanueva. “Era una señora muy agradable, con una casa a la inglesa, con muchos detalles y con un servicio magnífico, estupendo, al que había enseñado muy bien”. “Lo teníamos que tener todo en orden y servir a los invitados”, comenta Sofía Márquez que trabajaba en la casa. “Cuidábamos de la casa y del jardín, donde había jacintos, narcisos, gladiolos, zinnias, macetas de begonias, enredaderas… Cortábamos la grama del césped que estaba delante de la casa. También había avellanos que se cortaban para que no tapara la vista de la carretera y un magnolio frente a la casa”. “El jardín era una maravilla –recuerda Pedro Cruz- se veían plantas y flores que entonces no veías en ningún otro sitio”.

Aquella vida terminó cuando la Compañía Española de Minas de Río Tino compró a los ingleses la explotación en junio de 1954. Karen Hase tuvo que abandonar El Zumajo en precarias condiciones económicas tras haber vivido en aquella granja 40 años. Se refugió en el Hotel Esperanza de Punta Umbría, hasta que ya enferma regresó a Dinamarca en donde murió el 30 de enero de 1970.

Nada queda de su casa en El Zumajo, solo la fila de Palmeras que abría pasillo y que hoy están rodeadas de frutales plantados por la RíoTinto Fruit, que aprovechó los estudios del terreno , pluviometría y temperaturas que los ingleses acumularon durante sus 80 años en la comarca. Las 42.000 toneladas de cítricos y otras frutas de hueso (melocotones, albaricoques, nectarinas y ciruelas) que hoy se obtienen en aquellas huertas son el mejor testimonio de la visión y esfuerzo de aquellos lejanos años.

Mi padre recuerda a Mrs. Hase de sus visitas y regalos y cuenta que su marido “Don Kae” les llevó unos plátanos, pero al no gustarles los tiraron a los cerdos. “Don Kae” muerto de risa les enseñó a pelarlos para que no volvieran a comérselos con cascara. Y mi madre iba andando con las compañeras del Colegio de “las monjas” de Nerva a ver a “ Doña Karina” a El Zumajo y pasar allí un día de gira, como se decía antes. Eran otros tiempos, los tiempos de los ingleses, algo que queda perfectamente reflejado en la vieja fotografía que Karen Hase le regaló a mi padre.
(Mi agradecimiento a todos los que me han prestado sus testimonios y fotografías)

No hay comentarios:

Publicar un comentario