miércoles, 15 de julio de 2009

La Compañía 'estafada' (por Juan Carlos León Brázquez)

La batea bajo el puente de peatones de El Valle.
(Foto: Paco Alcázar)




Siempre recordaré aquel nudo de vías en lo que llamábamos “La Estación de Enmedio”, por estar a medio camino entre Nerva y Ríotinto, supongo. Aquellas torretas inglesas llena de señales ferroviarias que bajaban o subían según pasara algún tren con su sonoro pitido de aviso. Recuerdo sus ventanas verdes y la zona del vacie, desde donde caía por gravedad el mineral hacia las vagonetas o aquellos talleres llenos de locomotoras. O aquel puente en “S “, con salida y entrada en ángulo recto, almenado con su caseta de señales y que salvaba las vías del tren. Un pariente emigrado a Alemania aprovechó un viaje a España para tratar de pasar con su largo camión de gran tonelaje –de los que entonces no se veían por aquí- y el pobre fracasó no sin muchos riesgos y maniobras, menos mal que apenas había circulación y no se conocían los atascos. Al final consiguió dar media vuelta y volver por donde había venido, sin que se cumplieran sus germánicos sueños de pasar con su camión aquel zigzagueante puente. Vamos que demostró que en aquel tiempo era imposible ir con grandes camiones pasar de Nerva a Ríotinto o viceversa. Eso sí, toda la zona estaba sembrada de vías y más vías, de agujas, de señales, de semáforos, de vagonetas y locomotoras, con sus vapores, su chucuchú y sus pitidos.

Recuerdo tantas cosas de aquella época, pero sobre todo recuerdo el verano de 1966, cuando tras acabar en Nerva tercero de bachillerato elemental tenía que ir cada día a Ríotinto para aprender “latín”. Y todo porque el niño había decidido irse al Seminario Menor de Huelva. Todavía no se qué pasó por aquella mente de chaval para decidir que su vocación sería ser cura. Claro que por aquel entonces Don Diego Capado estaba a la caza de algún joven paisano que lo acompañara en el Seminario. Y claro, me cazó a mí.

Estación de El Valle a la llegada de un tren de viajeros procedente de Nerva y remolcado por la Locomotora nº 106. Al fondo, la llegada de otro tren ren procedente de Zalamea y El Campillo remolcado por la nº 16. (Foto: Paco Alcázar)

Pero mi nivel de latín era raquítico y eso me colocaba en desventaja frente a mis compañeros iniciados en las artes de “servir al Señor”, así que no tuve más remedio que iniciar un curso intensivo de Latín, por lo que todos los días iba de Nerva a Ríotinto en tren, en el único tren que teníamos, el de la Compañía. Cada mañana me mezclaba con los amigos de Nerva, todos hijos de trabajadores de la Compañía Española de Minas de Ríotinto que estudiaban en la “Profesional”. Lo confieso, aunque barato nunca pagué billete, se suponía que mi padre también pertenecía a la Compañía, pero El Persia era un comerciante, con su puesto de chacinas en la Plaza de Abastos y nada tenía que ver con aquella compañía minera creada por Franco en 1954 para echar a los ingleses. El caso es que cada mañana, como cualquier chaval de 13-14 años llevaba mi carpeta-mochila hacia mis clases particulares ajeno a cualquier conflicto mundial y de propiedad sobre aquel modesto ferrocarril, con parada para el cambio de dirección de locomotora en La Mina, o más bien lo que quedaba de ella frente a las ruinas de lo que fue el antiguo poblado de Ríotinto, que los ingleses habían dinamitado para aprovechar mejor las vetas de mineral que por allí pasaban. Y renqueante tras el cambio de enganche enfilaba una larga curva para salvar el Alto La Mesa , tal como conocíamos a La Mesa de Los Pinos, antes de llegar a aquella espléndida Estación de Minas de Ríotinto, o mejor , en nuestro lenguaje y como siempre me gustó llamar, El Valle.

Recuerdo el traqueteo de aquel maravilloso trenecito, el humo que se nos metía por las ventanillas, el característico olor de aquellos vapores y los asientos de madera cuyo respaldo se movían en un sentido o en otro, a voluntad de los ocupantes. Solo que nos teníamos que poner de acuerdo para consensuar –que se diría hoy- hacia qué dirección queríamos sentarnos, o mirando hacia la máquina de arrastre o hacia el furgón de cola. Pero en el cambio de dirección y enganche de la locomotora de arrastre, en La Mina, teníamos que volver a negociar la posición de tan incómodo respaldo.

Ocurrió en un día sin determinar que tuve un rifirrafe con algunos de mis compañeros de tren. Hoy desconozco las causas, las neuronas me traicionan y no se a que fue debida aquella discusión, pero tuvo que ser grave porque mi oponente en la pelea llamó al revisor y le espetó: "¡Este no lleva billete, todos los días se cuela!”. Fue algo así como oír el grito de ¡Al ladrón, al ladrón! Y claro el ladrón era yo. Tuve la suerte de que el tren iniciaba su entrada en la Estación de El Valle, así que cogí mi cartera estudiantil y ni corto ni perezoso salté al andén todavía con el trenecito humeante en marcha. Rodé en mi caída, me levanté, corrí, subí de dos en dos los escalones de aquel inolvidable puente que te llevaba desde el andén de la izquierda al de la derecha, y de ahí a la salida, lo que era tanto como decir a la libertad. Detrás de mí voces que yo no oía pero que sentía amenazantes, como si me hubieran lanzado una jauría de perros para que me devorasen. No había que mirar hacia atrás, había que huir, mi crimen era imperdonable y la acusación certera, todos los días me colaba en el tren. Nadie podía pararme, ni el hijo del viento, de haber corrido ya en aquella época. Pero cuando me acercaba hacia la libertad tras mi alocada carrera por toda la Estación volví a tropezar y dos fuertes manos aprovecharon para agarrarme. ¡Me habían cazado!, pero más bien sentí como si un oso hubiera comenzado a devorarme y me arrastraba hacia su guarida. Aquel pobre factor, o revisor, o lo que fuera, con su uniforme azul y aquella curiosa gorra símbolo de su autoridad suprema, no sabía que lo sentía como al más terrible de los plantígrados. Que sus advertencias sonaban a gruñidos hasta que llegué casi a rastras a su guarida. Allí una voz salvadora puso una nota de esperanza en mi triste destino. “Deja de gritarle al chaval, ¿no ves cómo tiene la rodilla?”. Surtió efecto porque el oso dejó de gruñir, dejó de presionarme con su zarpa y pidió el botiquín al ver como de mi rasposa pierna salía rastros de sangre. Por aquel entonces vestía aún con pantalones cortos. Si pedía algodón y vendas significaba que ya no me comería, así que empecé a tranquilizarme, aunque supongo que algún gritito de dolor soltaría por el escozor del alcohol. Lo que sí recuerdo son los reproches que recibía, mientras que por la garita que creía guarida pasaban uno tras otros un interminable listado de “ferroviarios”. Todos iban a curiosear y conocer al personajillo que durante meses hubiera merecido estar en un cartel de “Se busca” o por estar en viejas tierras inglesas quizás lo hubieran impreso con un “Wanted”. Quizás aquel tren aún lleve hoy a los turistas ribera abajo para evocar una época que no volverá

Un recuerdo más, nadie avisó a mis padres de tamaño delito, pero lo que si hice cada día a partir de entonces fue sacar mi billete para ir de Nerva a El Valle, claro que procuré no coincidir con tan traicioneros amigos. A cambio, una vez que entré en el Seminario iba gratis oliendo a carbonilla desde Naya (La Naya) a Huelva con mi amigo y compañero Benavente. Compréndalo, su padre era el maquinista.

Juan Carlos León Brázquez, periodista

Para Carmen Alcázar y los amigos que mantienen viva la memoria del tren en nuestra comarca minera.

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El periodista Juan Carlos León Brázquez nació en Aracena (1953) viviendo desde entonces entre Aracena y Nerva, por lo que desde niño tomó conciencia de las diferencias sociales entre el mundo agrícola y el minero, lo que le marcaría toda su vida.
Durante más de 30 años (1974-2008) estuvo vinculado a RTVE, desde su paso por “Los Reporteros” a la jefatura de la Información Económica en RNE y Radio Exterior, pasando por la edición de diarios hablados, la dirección y creación de programas económicos y del motor y la colaboración con los más importantes magacines de la empresa hasta llegar en 2006 a Documentos RNE, un programa que dirigió en sus últimos años y que promocionó con sus notables premios periodísticos. Sus colaboraciones en prensa fueron frecuentes y diversificadas durante años (Cinco Días, El Europeo, Situación, El Semanal, El Noticiero Universal, Odielinformación… y un largo etcétera).
La realización de documentales le llevó a obtener varios Premios entre 2007 y 2009, coincidiendo fundamentalmente con su trabajo como director de Documentos RNE . Su documental “Ríotinto, la memoria de las entrañas de la tierra” fue premiado en 2007 con el Andalucía de Periodismo; “Daniel Vázquez Díaz, trazos de un navegante de la modernidad” obtuvo en 2008 el Premio Ciudad de Huelva; Estos dos trabajos hicieron que el Ayuntamiento de Nerva le otorgase el 7 de agosto de 2007 el Premio de Periodismo y Comunicación Torre de Nerva. Sus premios andaluces se cerraron con la concesión en 2008 del Premio 28 de Febrero, otorgado por el Consejo Asesor de RTVE-A del Parlamento andaluz, por su documental La Alhambra, el sueño nazarí”, . Ese mismo año, la Armada Española le concedió el Diploma de Honor, por el documental “El Lago Español. Galeones, corbetas y fragatas en el Pacífico”, en el que se ponía en valor los numerosos descubrimientos españoles en los mares del Sur. Y el Club Internacional de Prensa le concedió su premio internacional por realizar “el mejor programa de radio en España”. En 2009, tras dejar RTVE afectado por el ERE, un trabajo emitido el año anterior bajo su dirección, “El agua, elemento de vida”, realizado con motivo de la Expo de Zaragoza, obtuvo uno de los premios de la Asociación de la Prensa de Guadalajara, y otros de sus documentales, “La última guerra de España. Ifni-Sahara 1957-1958” obtuvo el Premio Defensa 2009, cerrando el ciclo de premios nacionales e internacionales.
En la actualidad León Brázquez se dedica a la producción de audiovisuales y documentales (su primera coproducción Los llanos de Venezuela se estrenó en Huelva el pasado 11 de julio); con su productora Documentaltv prepara en estos días una serie para Canal Sur TV y última por otra parte un libro sobre la actividad agropecuaria de un matrimonio danés en nuestras minas bajo el título Yo tenia una granja en Riotinto .

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